viernes, 3 de octubre de 2008

"Primera Comunión"



De la autoría de Víctor Rodríguez y dirigida por el mismo esta obra fue estrenada por primera vez en 1989 como la primera de la trilogía de las pasiones que completan posteriormente “Sabor a mi, como el bolero” y “Pecados cotidianos”, tres unipersonales cuya temática está centrada en la cotidianidad del hombre mismo, que Rodríguez rescata casi siempre de sus memorias, como producto de una profunda reflexión de lo que ha sido su existencia como hombre de teatro.

Escenificada en los más importantes escenarios, encuentros y festivales se mantuvo en cartelera hasta 1993, cuando representa a Venezuela en el Festival Internacional de Teatro de Barranquilla FITBA 93.

La temática es sencilla y gira en torno a este hecho cotidiano y universal que en nuestra cultura está presente en los primeros años de nuestra vida y que la mayoría de las veces alcanza trascendencia a lo largo de nuestra existencia por medio de la memoria. La obra permite adentrarse en lo profundo de los recuerdos alegres o ingratos que los preparativos o la primera comunión en si, nos dejan y la manera en que el miedo atávico familiar en que es manejado en muchas oportunidades pueda influir en nuestro futuro. El tema y la forma misma de la pieza, conllevan a que el espectador se sienta rápidamente identificado y hurgue en su propia memoria para hacer su aporte a la trama y a la representación misma.

“Primera Comunión” es un unipersonal basado tal vez en vivencias personales de la historia diaria, donde un personaje central sirve para reflejar las mismas, junto a temores, alegrías, tristezas, verdades y mentiras. Es un juego teatral donde se pierden los conceptos sociales de lo masculino y lo femenino, y e cuerpo pasa a ser objeto de pasión, angustia y soledad. Es un trabajo de un profundo contenido social y humano donde se cuenta la historia de un niño vestido de angelito para la eucaristía y un viejo Drag Queen, quienes se encuentran años después en un mismo cuerpo, presos de sus pecados, culpas, miedos y recuerdos.

Rodríguez mantiene en esta obra al igual que en las siguientes que componen la trilogía, la agresión a través de hechos y valores considerados como rutinarios y tradicionales. Un recuerdo aparentemente intrascendente devela el principio de un mundo de frustraciones, que hace que la narración impacte la memoria del espectador. El ángel de la iglesia y el viejo travestí se confunden en un mismo personaje. La soledad mostrada a partir de un continuo y angustiante parlamento trasciende y llega a mostrarse en distintos aspectos, mientras que en el fondo suenan boleros, porque solo escuchando boleros los ángeles y los hombres pueden embriagarse juntos.

Este monólogo posee valores que le convierten en un planteamiento de fuerza al hacer uso del mismo contexto y de referencias inmediatas para realizar innumerables interrogantes, ofreciendo con ello una alternativa en cuanto a una dramaturgia con lenguaje muy particular como forma de expresión de Víctor Rodríguez. La actuación es un trabajo vital en el cual continuamente el actor transmite y mantiene cautivo el interés del público.

El trabajo no es irreverente pero es crudo, los simbolismos presentes en las distintas vivencias narradas hacen del mismo un planteamiento de gran fuerza. La puesta en escena es sencilla y el dispositivo escénico es mínimo pero de belleza artística por la relación armónica que mantienen todos los elementos que componen esta producción de “El Hombre del Traje Amarillo”.